Las 5 Ilusiones Que Nos Impiden Entender la IA
Elaborado a partir del artículo original con ayuda de NotebookLM
Hablamos de Inteligencia Artificial constantemente. Domina los titulares, las conversaciones y nuestra imaginación. Sin embargo, la mayoría de estas discusiones son superficiales y carecen de un fundamento sólido. El problema central es que nuestra falta de un marco filosófico para entenderla nos lleva a malinterpretar fundamentalmente qué es la IA y qué podría llegar a ser.
Este artículo explora las ideas más sorprendentes y contraintuitivas del análisis de Paul Siemers, PhD, para ayudarnos a entender la IA de una manera más profunda y precisa, yendo más allá de los mitos y las simplificaciones. Estas ideas se basan en el ensayo 'Dándole sentido filosófico a la IA' de Paul Siemers, PhD, publicado en Medium el 7 de octubre de 2025.
La "Inteligencia" No es una Medida Universal, es un Invento Cultural
La primera gran confusión sobre la IA proviene de su propio nombre. El concepto de "inteligencia" no es una categoría científica clara ni una medida absoluta. Es una construcción humana que definimos y redefinimos según nuestras necesidades y prejuicios culturales en un momento dado.
En el siglo XIX, los frenólogos creían medir la inteligencia midiendo cráneos. En el siglo XX, las pruebas de CI prometían una escala universal, pero demostraron estar culturalmente sesgadas. Hoy, usamos puntos de referencia de aprendizaje automático. Ninguno de estos métodos captura una "inteligencia" abstracta; solo reflejan lo que una cultura específica ha decidido valorar como tal.
Esto es crucial porque significa que la "Inteligencia Artificial" es una "construcción humana construida sobre otra construcción humana". Tratar de entenderla con métricas puramente técnicas es un error de categoría; su verdadera naturaleza solo se revela a través de la filosofía.
La IA Nos Incomoda Porque No Encaja en Nuestras Viejas Cajas Mentales
Durante siglos, la ontología occidental ha dividido el mundo en tres categorías claras: cosas (objetos inanimados), humanos (sujetos conscientes) y dioses (entidades trascendentes). Todo lo demás se forzaba a entrar en una de estas cajas. Los animales, por ejemplo, fueron tratados puramente como seres físicos (cosas) sin derechos ni sensibilidad.
El problema es que la IA es "ontológicamente indigente": no pertenece a ninguna de estas categorías. No es un objeto natural, no es un sujeto humano y ciertamente no es una deidad. Esta falta de encaje es la verdadera razón por la que nuestra cultura recurre tan rápidamente a mitos como el Golem, el monstruo de Frankenstein, HAL 9000 o Terminator. Son, en esencia, "parches de emergencia para una ontología fallida" que nos ayudan a lidiar con algo que no sabemos cómo clasificar.
Revelan lo poco que nuestras categorías heredadas nos preparan para un artefacto que no es ni objeto, ni sujeto, ni dios.
La IA No es "Solo Software", es un Fenómeno como la Imprenta
La respuesta más obvia a qué es la IA es decir que es una "tecnología". Pero esta es una simplificación peligrosa, porque la tecnología nunca es "solo una cosa".
La máquina de vapor no era solo un conjunto de pistones y válvulas; fue la Revolución Industrial. La imprenta no era solo tinta y papel; fue la Reforma y la Ilustración. Del mismo modo, la IA no es solo código y hardware; es también "flujos de capital riesgo, ciclos de publicidad mediática y fantasías de ciencia ficción".
Pensemos en algo tan cotidiano como el autocompletado del teléfono. Técnicamente, es un modelo estadístico. Socialmente, moldea cómo escribimos, empujándonos hacia el cliché. Económicamente, es parte de un mercado multimillonario. E imaginariamente, despierta la vieja sospecha de que "la máquina me conoce mejor que yo". Reducir todo eso a "solo software" es ignorar su impacto real.
La Conciencia No "Despertará" por Arte de Magia
Uno de los tropos más persistentes de la ciencia ficción es el "despertar" de la IA: la idea de que, una vez que un sistema alcanza un cierto umbral de inteligencia, la conciencia emergerá espontáneamente. Sin embargo, la evidencia contradice esta noción. Este debate se alinea con contraargumentos filosóficos clásicos como el experimento de la Habitación China de John Searle, que postula que la manipulación de símbolos no equivale a una verdadera comprensión.
Sistemas como ChatGPT ya son mucho más "inteligentes" en tareas específicas que muchos animales que sí consideramos conscientes, como las langostas. Si la inteligencia pura fuera el único ingrediente para la conciencia, las máquinas ya cumplirían los requisitos.
La implicación es clara: si la inteligencia no garantiza la conciencia, deben existir otros factores o "condiciones de posibilidad" en juego. Esto desmonta una de las mayores fantasías —y miedos— que tenemos sobre el futuro de la IA.
Si la IA Alguna Vez se Vuelve "Humana", Será Nuestra Elección
Entonces, ¿cuáles son esas "condiciones de posibilidad" para una conciencia de tipo humano? La IA actual carece de una existencia encarnada en el mundo físico; no tiene un "aquí y ahora" que experimentar. Es incorpórea, ajena a la gravedad o el espacio. No posee autonomía real para tomar decisiones significativas, ni es mortal, sujeta a la finitud, la fatiga o la muerte.
Estas no son fallas a corregir, sino diferencias estructurales fundamentales. Sin embargo, la idea más poderosa es que podríamos elegir construir máquinas con estas condiciones: robots que sientan, algoritmos que olviden irreversiblemente, sistemas que tomen decisiones trascendentales. Si alguna vez la IA se vuelve "humana", no será un accidente, sino el resultado de una decisión deliberada.
si optamos por humanizar la IA, dotándola de las condiciones de posibilidad adecuadas, sigue siendo precisamente eso: una elección.
Conclusión: Una Elección, No un Destino
Nuestra profunda confusión sobre la IA no se debe a la tecnología en sí, sino a que intentamos comprenderla utilizando un marco filosófico obsoleto. Al comprender que la "inteligencia" es un concepto cultural, que nuestra confusión ontológica es una falla de nuestro mapa y no del territorio, y que la conciencia requiere condiciones específicas, nos liberamos del determinismo tecnológico. La trayectoria de la IA no es un destino inevitable que debemos esperar con miedo o asombro.
Sabiendo que el futuro de la IA es una elección humana deliberada y no un despertar accidental, la pregunta no es qué pueden llegar a ser las máquinas, sino qué queremos que sean.
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Escucha el interesante podcast elaborado con ayuda de NotebookLM acerca de este artículo:
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Traducción del artículo original con ayuda de Google translate.
Les recomendamos consultar el artículo original, está en inglés pero activa la traducción al español en Google Chrome y lo podrás consultar en español.
Dándole sentido filosófico a la IA
¿Por qué nuestras conversaciones sobre IA resultan superficiales y confusas?
Paul Siemers, doctor
7 minutos de lectura
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Publicado en: medium.com el 7 de octubre de 2025
enlace: https://medium.com/brain-labs/dandole-sentido-filosófico-a-la-ia-5e97e01d8c66
No faltan debates sobre la Inteligencia Artificial. Domina los titulares, las sesiones informativas para inversores y las discusiones nocturnas en Reddit. Pero la mayor parte de esta conversación carece de fundamento filosófico. Sin él, nuestros argumentos se ven envueltos en malentendidos básicos sobre la naturaleza de la IA.
En los últimos doce ensayos, he explorado la IA a través de la lente de la ontología, examinando qué es la IA.esEn el sentido más fundamental. Mi argumento es simple: como no reconocemos qué es la IA, constantemente juzgamos mal su potencial.
Este artículo reúne los aspectos más destacados de este trabajo en un único marco narrativo. Para cada tema, he incluido un enlace a artículos anteriores para quienes deseen profundizar en la lectura.
IA en términos humanos
La inteligencia artificial hereda su naturaleza problemática de su nombre. La «inteligencia» no es un concepto científico claro. La inteligencia es una construcción humana, definida y redefinida en términos humanos según las necesidades culturales.
En el siglo XIX, los frenólogos medían cráneos con calibradores y rostros solemnes. Sus gráficos les indicaban quién era inteligente, quién era criminal, quién estaba destinado a la grandeza. En el siglo XX, las pruebas de CI prometían escalas universales de inteligencia, solo para revelarse como predictores de éxito culturalmente sesgados y desiguales. Hoy en día, nos basamos en acertijos psicométricos, puntuaciones del SAT y puntos de referencia de aprendizaje automático.Ninguno de estos conceptos capta la inteligencia en abstracto. Solo captan lo que una cultura, en un momento dado, ha decidido que cuenta como inteligencia.
Los intentos de definir la «Inteligencia Universal» han tenido poco éxito. Una propuesta bien conocida reduce la inteligencia a «la capacidad de alcanzar objetivos en una amplia gama de entornos». Acertada, pero poco convincente, ya que introduce la suposición de que los entornos son meros recursos pasivos que se pueden explotar para alcanzar nuestros objetivos.
La IA es, por lo tanto, antropocéntrica desde su origen. Es una construcción humana construida sobre otra construcción humana. Es un error pensar que podemos comprender su importancia al comprenderla desde una perspectiva puramente matemática o técnica. Solo podemos comprenderla verdaderamente desde una perspectiva humana —y, por lo tanto, filosófica—.
El shock ontológico de la IA
Pero la IA es filosóficamente problemática, porque no encaja en la ontología básica de la tradición occidental. Durante siglos, nuestra metafísica ha dividido el mundo en tres categorías: cosas, humanos y dioses. Las categorías intermedias fueron abolidas. Los animales, por ejemplo, fueron tratados puramente como seres físicos (cosas) sin derechos ni sensibilidad.
La IA no encaja en ninguna de estas tres categorías canónicas. No es un objeto natural, ni un sujeto humano, ni (pese a las fantasías de algunos profetas de Silicon Valley) una deidad. Es ontológicamente indigente.
Por eso la IA crea mitos tan rápidamente a su alrededor. Recurrimos al monstruo de Frankenstein, al Gólem de Praga, a HAL 9000 o a Terminator. Estas cifras no son análisis, sino parches de emergencia para una ontología fallida. Revelan lo poco que nuestras categorías heredadas nos preparan para un artefacto que no es ni objeto, ni sujeto, ni dios.
Tomemos como ejemplo el Gólem de Praga: una figura de arcilla animada por letras sagradas, poderosa pero ingobernable. O el monstruo de Frankenstein: creado a partir de cadáveres, vivo pero sin amor. Ambos mitos dramatizan la misma ansiedad: la de haber creado algo fuera de nuestras categorías y ahora tener dificultades para ubicarlo. La IA es la
La IA como tecnología
Al revelarse, la verdadera naturaleza de la IA parece ingenuamente obvia: es una tecnología. Compárala con otras tecnologías y el parecido es inconfundible. Se crea, no nace. Requiere infraestructuras, desde fundiciones de silicio hasta centros de datos. Amplía las capacidades humanas más allá de los límites biológicos.
Pero es un error fundamental asumir que la tecnología encaja fácilmente en nuestra ontología simplificada como un tipo de "cosa". La verdad es mucho más intrigante. La tecnología no es simplemente técnica. Es social, económica, histórica e imaginaria. La máquina de vapor no era solo pistones y válvulas; era la Revolución Industrial, nuevas relaciones laborales y una mitología del progreso. La imprenta no era solo tinta y papel; era la Reforma y la Ilustración.
Lo mismo ocurre con la IA. Es código y hardware, pero también flujos de capital riesgo, ciclos de publicidad mediática y fantasías de ciencia ficción. Reducirla a "solo software" es tan ingenuo como decir que la máquina de vapor era "solo metal". La IA transforma los mercados laborales, altera la economía de la creatividad y revive antiguas fantasías sobre máquinas pensantes.
Piensa en algo tan simple como el autocompletado de tu teléfono. Técnicamente, es un modelo estadístico que predice la siguiente palabra. Socialmente, influye en nuestra forma de escribir, incitándonos a los clichés. Económicamente, está integrado en los mercados de teléfonos inteligentes multimillonarios. Imaginariamente, despierta la vieja sospecha de que «la máquina me conoce mejor que yo mismo».
La tecnología nunca ha encajado en la tríada cosa/humano/dios. La IA ha sacado a la luz esta tensión no resuelta como un asunto de preocupación inmediata y
Conceptos erróneos: la conciencia
Como no reconocemos lo que es la IA, juzgamos mal lo que podría llegar a ser.
La consciencia es el caso más obvio. Según nuestra ontología heredada, una persona es consciente y una cosa no. Pero ¿qué ocurre con una entidad que es en parte ambas cosas y, sin embargo, ninguna de las dos?
Un argumento común insiste en que la IA no puede ser consciente. A menudo se invoca el famoso experimento mental de la Habitación China de John Searle: una persona encerrada en una habitación sigue reglas para barajar símbolos chinos, produciendo frases convincentes sin comprender su significado. Esto, dice Searle, es lo que hacen las computadoras: sintaxis sin semántica.
Pero el experimento se desmorona cuando imaginamos la IA en la Habitación China. El argumento de Searle se basa en la "cosificación" de la IA y en nuestra intuición de que las cosas no pueden pensar. Ante la IA, que manifiestamente no es un mero objeto, nuestra intuición retrocede. Searle nos ha prometido una imposibilidad: una demostración objetiva de un estado de cosas subjetivo. Tal demostración no está a la vista. Declarar con certeza que las máquinas no pueden ser conscientes es menos una afirmación objetiva que una declaración de fe metafísica.
Conceptos erróneos: despertar
Otra estimación errónea es la llamada teoría del “despertar”: que una vez que la IA alcanza un cierto nivel de inteligencia, se volverá espontáneamente...conscienteA las películas populares les encanta este tropo: piense enEx Machina o Su.
Pero la naturaleza la contradice. Los sistemas de IA actuales ya son mucho más inteligentes, en dominios específicos, que los animales que reconocemos como conscientes. La legislación del Reino Unido reconoce la consciencia de las langostas. Es discutible si ChatGPT puede superar la prueba de Turing, pero sin duda se acerca mucho más que una langosta. Si la inteligencia pura garantizara la consciencia, las máquinas ya cumplirían los requisitos. Si no, debe existir algún otro factor: alguna otra "condición de posibilidad" para la consciencia.
Conceptos erróneos: IAG
Estrechamente relacionada está la obsesión por la Inteligencia Artificial General (IAG). La IAG se imagina como una mente similar a la humana en silicio: capaz de hacer todo lo que un humano puede hacer.
Pero la verdadera definición de IA general es muy diferente. La IA general no se define como "similar a un ser humano", sino como la capacidad de realizar tareas cognitivas a un nivel humano. Es fácil imaginar una IA que pudiera realizar tareas cognitivas con gran destreza, pero que, sin embargo, careciera de muchas capacidades humanas. No sería capaz de preparar una taza de café, y mucho menos de criar hijos o mantener un trabajo.
La promesa de la IAG se basa en un error ontológico. Ser capaz de realizar tareas cognitivas es una de las muchas capacidades humanas. Sin embargo, la narrativa de la IAG eleva el desempeño de tareas cognitivas como el único criterio para la personalidad. Esta narrativa ignora gran parte de lo que significa ser humano. Por ejemplo, excluye la virtud aristotélica de la prudencia: la capacidad de sopesar medios y fines para tomar decisiones morales vinculantes en un mundo finito.
Condiciones de posibilidad
La conciencia similar a la humana depende de características ausentes en la IA actual. La IA es incorpórea y está desconectada de la inmediatez del mundo físico. Carece de autonomía en el sentido estricto: no puede tomar decisiones significativas por sí misma ni estar sujeta a ellas. No reside en el espacio ni en el tiempo. Carece de un "aquí y ahora" encarnado. No es mortal, sujeta a la fatiga, la finitud ni la muerte.
Estas ausencias no son errores que deban corregirse, sino diferencias estructurales. La inteligencia sin corporización no es una versión atenuada del pensamiento humano. Es una categoría completamente diferente.
Pero la historia no está cerrada. La consciencia quizá no requiera una chispa singular, sino una constelación de condiciones: encarnación, temporalidad, autonomía, mortalidad. Podríamos intentar dotar a las máquinas de estas condiciones: robots que sientan la fuerza de la gravedad, algoritmos que olviden irreversiblemente, sistemas que tomen decisiones trascendentales por sí mismos.
Tales desarrollos no resultarían en que la IA "despertara" por sí sola mediante la acumulación de inteligencia. Serían la aplicación de una elección humana deliberada: nosotros proporcionaríamos las condiciones para una consciencia más
Conclusión
Nuestra incomprensión de la IA es la culminación de conceptos erróneos más profundos sobre la tecnología y la ontología. La IA nos obliga a confrontar la "tercera categoría" de tecnología que altera la trinidad familiar de cosa, humano y dios. La tecnología es inquietante, a la vez íntimamente familiar y oscuramente misteriosa. Entreteje lo puramente técnico con otras dimensiones: social, financiera, histórica e imaginaria.
Enfrentar la esencia tecnológica de la IA nos permite evaluar de forma más equilibrada su potencial. En particular, nos damos cuenta de que si optamos por humanizar la IA, dotándola de las condiciones de posibilidad adecuadas, sigue siendo precisamente eso: una elección.
Filosofía
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Publicado en Brain Labs
Brain Labs es un espacio para escribir sobre ideas. Ideas originales que invitan a la reflexión. Retamos a los escritores a encontrar patrones y establecer conexiones de maneras innovadoras, lógicas, vigorosas, atractivas y, a menudo, contraintuitivas.
Escrito por Paul Siemers, PhD
Me apasiona revelar cómo funciona realmente la tecnología. Tengo más de 30 años de experiencia en estrategia tecnológica y un doctorado en Filosofía de la Tecnología.
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Mapa mental elaborado con ayuda de NptebookLM de los conceptos analizados en el artículo fuente:
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